lunes, 15 de abril de 2019

El colapso energético y la falta de agua vuelven a disparar la ola migratoria venezolana

VILLA DEL ROSARIO, Colombia.- Miguel Carrasco, de 27 años, no lleva en el bolsillo ni pesos colombianos ni bolívares, pero asegura, vehemente, que su bolso de viaje esconde un tesoro. No es oro de las minas del salvaje oriente venezolano (en la frontera se compra a 25 dólares un gramo), tampoco son los diamantes arrancados al embalse del Guri. El joven abre el cierre y allí está, perfectamente doblada: la bandera venezolana de siete estrellas, anterior a la que impuso Hugo Chávez, con ocho.
"Traigo a mi país en el bolso y con orgullo", señala, mientras contiene la emoción. "Pero la bandera con la que salía en la calle es aún mayor. Con ella luché en enero por la libertad en mi barrio, Catia. Salimos a protestar, pero los colectivos [paramilitares chavistas] nos dispararon y los FAES [Fuerza de Acción Especial de la Policía Nacional Bolivariana] mataron a nuestros líderes. Los únicos que nos ayudaron fueron los militares de la Guardia Nacional, que nos prometieron que no nos iban a atacar", rememora el joven, que hasta el jueves pasado vivía en un rancho (barrio pobre) de Catia, en el oeste de Caracas, una zona popular que otrora fue chavista. Del desamor al odio hay un camino muy corto.
Tanto las Naciones Unidas como Amnistía Internacional confirmaron denuncias parecidas a las de este joven. Comandos del FAES ejecutaron a por lo menos cinco personas en operativos realizados cuando no se desarrollaban protestas. En total, 40 personas murieron en las zonas populares del 21 al 24 de enero.
En su barrio a Carrasco lo llaman "el luchador". Ahora en Colombia lidera un grupo de cuatro jóvenes que se unieron al pasar la frontera cerrada entre la venezolana San Antonio del Táchira y la colombiana Villa del Rosario. Los cuatro forman parte de la nueva ola migratoria provocada por el colapso nacional, iniciado el 7 de marzo con el primer apagón, al que siguieron fallas constantes y el racionamiento eléctrico. El agua, las telecomunicaciones, la cadena alimentaria y el transporte multiplicaron su habitual ineficacia. La situación es tal que Nicolás Maduro decretó feriado desde mañana por la Semana Santa, además de acortar las jornadas laborales durante este mes.
"No me quedaba otra solución que dejar mi lucha adentro para seguir luchando afuera. Si no se cuenta es imposible creer lo que pasa en mi país. Subí y bajé miles de escaleras con baldes de muchos litros de agua. No funcionan los puntos de venta, no consigo dinero para comida. Espero que mi país cambie lo antes posible para que podamos regresar", argumenta Carrasco, que cruzó por las trochas del río (pasos clandestinos), la misma ruta que siguen miles de personas todos los días ante el cierre fronterizo impuesto por el gobierno bolivariano.
La nueva ola extrema aún más la formidable diáspora venezolana, que este año alcanzará los 5,3 millones de migrantes en una población de 30 millones, la mayor crisis humanitaria de la historia de América Latina. Así lo confirman los cálculos de Eduardo Stein, representante especial de las Naciones Unidas, que reconoce que la inestabilidad del país sudamericano influye en estos emigrantes.
"El impacto de los apagones es brutal, todos los que pasan por aquí nos lo describen. Antes venían huyendo por la desesperación del hambre; ahora los dejan sin luz y sin agua. Es como estar en el medio de una zona de guerra", confirma A. F., uno de los ángeles guardianes del refugio que la Fundación Venezolanos en Cúcuta tiene a pocos metros del puente internacional. Pese a que Venezuela queda al otro lado del río, el hombre prefiere ocultar su identidad.
"Los apagones son constantes, eso viene, eso se va. De broma tenemos una hora de electricidad y 23 de apagón. Y si no hay electricidad, no hay agua. Hay que buscarla en ríos y en lagunas. Somos seres humanos y no queremos estar sin lo primordial, agua y electricidad", dialogan los obreros Miguel Hernández (de 25 años) y Edwin Flores (30), además del barbero Iván (24). Todos ellos camino a Ecuador, "o a donde sea".
Los tres jóvenes forman parte de un grupo de diez caminantes que se disponen a emprender la famosa subida al páramo de Berlín, que tantas imágenes dejó al mundo el año pasado. Son cientos y cientos. La ruta que une Cúcuta con Pamplona y Bucaramanga volvió a llenarse de venezolanos, que recorren 200 kilómetros pese a los cero grados de las noches y las constantes subidas y bajadas. Los diez proceden de Maracay, capital del estado central de Aragua.
No muy lejos de allí, Miguel y sus tres amigos acaban de comprar medias, gracias a un donativo, para emprender la misma caminata. Quien ya la ha recorrido y les puede describir su dureza es Daniela Arcaya. La epopeya de esta mujer de 48 años es descomunal. Rodó durante ocho días en su silla de ruedas, empujada por su hija Génesis. Daniela buscaba en Colombia una nueva operación para sanar la vértebra que se fracturó en Venezuela al romperse una silla de plástico sobre la que estaba sentada.
Pero la crueldad no conoce límites en la tierra del petróleo. "Mis hijas Pilar (de 16 años) y Luisa Ángeles (11) están enfermas allá en Tinaquillo (estado de Cojedes). La mayor, con lechina (rubeola), y la pequeña, con epilepsia. No tienen agua ni luz, no funciona el teléfono y no pueden conseguir comida. Y sin medicinas. He decidido regresar a buscarlas, porque aquí me las van a cuidar en la Cruz Roja", explica minutos antes de atravesar la frontera de regreso a su país, con 20 dólares en el bolsillo, recaudados durante la mañana entre personas de buen corazón. Y decidida a recorrer, en su silla de ruedas, los 511 kilómetros que la separan de sus dos hijas.
Un éxodo incesante
3,4 millones
Alrededor del 10% de la población de Venezuela vive ahora fuera de su país. La proyección de la ONU es que a fines de 2019 sumarán 5,3 millones, en la mayor crisis humanitaria de América Latinaen tiempos de paz
1,1 millones
Son los venezolanos que están en la vecina Colombia, el país latinoamericano que recibió la mayor cantidad de migrantes; le siguen Perú, Ecuador y Chile
130.000 venezolanos
Es la cantidad que viveen la Argentina, dondese registró una de las mayores tasas regionales de crecimiento de emigrantes de ese paísen los últimos años

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