domingo, 3 de diciembre de 2017

De niña creció entre el abuso y la adicción, pero desafió al destino por sus hijos

Existen algunos seres humanos que a simple vista parecen corrientes. Personas comunes que se levantan cada mañana para cumplir con sus rutinas diarias y que, perdidas entre la multitud de una ciudad frenética, pasan desapercibidas. Y, sin embargo, si nos detuviéramos un instante para observarlas mejor, distinguiríamos en ellas miradas profundas que develan espíritus especiales. Espíritus como el de Manuelita Díaz, una mujer fuerte, una mujer singular.
Esta es su historia; un relato de vida duro, positivo y esperanzador.
Infancia sin infancia
Manuelita nació en Avellaneda en el seno de una familia con recursos. Como hija de padres con flamantes títulos universitarios, cualquiera hubiera dicho que el destino le había jugado buenas cartas y la había bendecido con un futuro promisorio y sin carencias. Pero las apariencias, que a veces engañan por demás, pueden ser tan solo un espejismo, un revestimiento frágil que esconde una realidad angustiante que conduce hacia un camino irreversible. Y, sin embargo, Manuelita desafió y le ganó la pulseada a ese devenir que parecía tener un final anunciado.
Tras las puertas de su casa ella padecía el infierno. Tanto la madre, como su padre, sufrían de graves trastornos psicológicos y adicciones complejas. "Fue abandonada por su padre, que había abusado de ella cuando era una niña. A partir de entonces, se crió con una mamá adicta a las drogas y el alcohol, con su hermano, su abuelo y su madrina", cuenta su hija, Melisa. "Desde muy pequeña tuvo que luchar con la realidad que vivía, ya que su mamá la obligaba a comprar drogas y, de no conseguirlas, la golpeaba ferozmente; para mami, no había noche ni día."
De la adolescencia perdida a una adultez esperanzadora
En el marco de su realidad devastadora, la adolescencia de Manuelita fue predecible: tuvo su primer hijo a los 16 años y se casó para rehuirle a toda la violencia familiar; sin embargo, ese no sería el comienzo de un mejor pasar, sino más de lo mismo. "Mamá trabajaba y estudiaba para terminar el secundario y a los 19 tuvo su segundo hijo", relata Melisa, conmovida. "Mi padre no trabajaba, era una persona hostil y agresiva; la maltrataba. Poco tiempo después, su padre se suicida, al año también lo hace su mamá. A los meses su abuela, que era como su madre, fallece de cáncer y su hermano, que tenía Sida, muere unos días después. Quedaba su madrina, que vivió unos meses más y murió por su edad avanzada. En un abrir y cerrar de ojos, se quedó sin familia de origen."
Al tiempo de nacer su tercer hijo, Manuelita descubre que su esposo consumía drogas y que, cada vez que podía, vendía las pocas posesiones que tenían. Fue entonces que sus velos cayeron para dejarle ver con claridad un presente empantanado, una repetición de su historia familiar, de su pasado. Pero también pudo distinguir que ella no era así; ella jamás había consumido drogas, jamás había fumado, ni tomado alcohol; ella podía ser un mejor ejemplo para sus hijos. Con esos pensamientos, aunque vulnerable y con miedo, decidió tomar coraje para animarse a emprender un camino desconocido: el de romper con el patrón impuesto, descubrir su propia vida, y recobrar las esperanzas de una felicidad posible.
Superarse y volver a empezar
"Mamá decidió separarse y quedarse sola con sus hijos. Mi padre nunca más vino a vernos y nunca le pasó dinero por alimentos. La familia política tampoco se hizo presente ni económica ni emocionalmente", sentencia Melisa. "Unos años después, su cuñada, que también tenía Sida, fallece y mi madre se queda a cuidado de su sobrino pre adolescente junto con sus hijos. A ese sobrino lo siente como un hijo propio", continúa, emocionada.
A pesar de toda la adversidad, Manuelita decidió que no iba a rendirse y que nadie iba a volver a dominar su vida. Por eso, nunca dejó de trabajar y siempre lo hizo por jornadas muy largas para sacar adelante a sus hijos y su sobrino. Además, ella tenía un gran sueño: quería seguir estudiando, algo difícil por su situación económica y familiar pero que, aun así, estaba dispuesta a lograr. Motivada por su determinación, en el año 2013, comenzó Derecho en la UBA. "Una carrera que siempre le apasionó y que por su historia de vida tuvo que postergar por tantos años", cuenta su hija, orgullosa.
El 15 de Diciembre de 2016, Manuelita se recibió de abogada con Diploma de Honor. "Concluir su carrera de manera muy veloz e impecable, tuvo su gran recompensa: ahora mamá trabaja en la Dirección de Defensa al Consumidor en el área jurídica. Ella fue un ejemplo de alumna y compañera, pero, por sobre todo, es un ejemplo de madre, de mujer y de lucha. Jamás bajó los brazos, nunca se victimizó cuando tenía derecho a hacerlo, nunca dejó a sus hijos; lloró la pérdida de toda su familia, lloró el pasado trágico, pero eso no le hizo perder su objetivo: ser ejemplo para nosotros. Ojalá su historia sirva para motivar a otros que hayan pasado por algo parecido", concluye Melisa.
Actualmente, sus hijos tienen 27, 25, 22, 20 y 7 años, viven con ella, estudian, trabajan y la aman profundamente. Cada día, ella les demuestra que con esfuerzo y dedicación todo se logra, que la vida puede tener muchos escollos, muchas penas, pero que se pueden superar con fe, amor y sin bajar los brazos. Manuelita, es un ejemplo de valor y de capacidad para sobreponerse a las peores adversidades.
Ella supo demostrar que los destinos marcados pueden ser desafiados.
Si tenés una historia propia, de algún familiar o conocido y la querés compartir, escribinos a GrandesEsperanzas@lanacion.com.ar

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