sus abalorios de faena (las pamelas, los guantes, las joyas de fantasía o del joyero real...) Máxima de Holanda sigue siendo máxima. Dejaba constancia de que esa grandeza no es solo de nombre ni solo de título en Estados Unidos como representante de la ONU, en los Países Bajos como anfitriona del Presidente y la Primera Dama de México o mismamente ayer, a su llegada al Palacio Real de Ámsterdam con motivo de la cena de gala anual en honor al Cuerpo Diplomático. Entraba con un atuendo previo a la velada que en cualquiera podría resultar gris (un plumífero y un vestido) y que ella lo realzaba con una sonrisa sin más, pero sin menos. Y, eso sí, con unos coquetos zapatos de charol con lazo y con tacón metalizado de alrededor de los ocho centímetros. Pero a majestuosidad nadie la supera.
Con todos los aderezos era una reina en todo su esplendor, como pudieron dar fe los representantes del Gobierno holandés, la princesa Beatriz, la princesa Margarita con su marido, Pieter van Vollenhoven, y el resto de invitados. Mediaba entre el antes y el después de la tradicional cita en Palacio, cuyo objetivo es mantener y fortalecer las relaciones internacionales, la tiara y los pendientes de aguamarinas de la colección de la Casa Real holandesa; el vestido de seda salvaje de la casa de modas belga Natan que llevó en 2001, durante la visita oficial a España, y en 2006; el rey Guillermo Alejandro, de su brazo, luciendo sonrisa, frac y todas las resplandecientes distinciones y condecoraciones reales en su pechera, y nada más. Porque, como se había visto, sin el brillo de una reina, Máxima de Holanda brilla exactamente igual.
Aunque a nadie le desluce una joya. Menos, cuando lo espectacular se une a lo emotivo y resultan piezas como el especial aderezo de diamantes y aguamarinas de los Orange, que originalmente perteneció a la abuela del actual Rey, la reina Juliana. El conjunto debió de haber sido muy sentimental para ella, porque todas las piezas provenían de personas muy importantes en su vida: la diadema de estilo Art Déco fue un regalo de sus padres, la reina Guillermina y el príncipe Hendrik, por su 21º cumpleaños; el collar fue un obsequio de su abuela, la reina Emma, por su 18º cumpleaños; los pendientes fueron el regalo de bodas de su suegra, la princesa Armgard, y el broche fue el regalo de bodas de su marido, el príncipe Bernhard.
La tiara consta de siete aguamarinas de Brasil y diamantes sobre una base de platino desmontable. Una pieza muy apreciada por las princesas de Orange Nassau y por supuesto por la reina Máxima, que bien sacaría de los mares al mismísimo Poseidón, sus consortes y toda su descendencia. Y no cambiaría nada, porque lo real no quita lo natural.
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